Por Alejandro A. Tagliavini*

 

Cárcel es lo menos que una sorprendentemente enorme masa enardecida pide para los rugbiers de Villa Gesell por el irreparable homicidio de un joven. Por cierto, llama la atención que, por caso, en Rosario es asesinada una persona al día y nadie se preocupa.

Independientemente del código penal -y de los políticos peronistas, conservadores, etc. que lo redactaron- el nivel de violencia que existe en la sociedad argentina es altísimo, ya sea por parte de los delincuentes o de quienes exigen “justicia” sin siquiera esperar la opinión de peritos y jueces estatales, poniendo en evidencia una enardecida sed de venganza violenta.

Es “la economía, estúpido” fue una frase fuerte de la campaña electoral de Bill Clinton que lo llevó a la presidencia de EE.UU., demostrando que en política la agresividad y la mala educación da buenos resultados. Pero en el caso argentino, si bien la pésima performance económica fue lo que hizo que el oficialismo perdiera las últimas elecciones, el país tiene un problema moral de fondo muy grave.

El sol sale cada día a hora predeterminada, la lluvia riega los árboles que crecen y oxigenan, y demás. Es obvio que la naturaleza tiene un orden que se desarrolla espontáneamente -intrínsecamente- así «vemos que en las cosas naturales… se realiza lo mejor” y se dirigen al bien como fin, dice Tomás de Aquino.

Según Jacques Maritain el orden natural significa la existencia de leyes fenomenológicas que son las generatrices y que se repiten invariablemente. La ley científica, no hace otra cosa que extraer, de manera más o menos directa, la propiedad o la exigencia de un cierto indivisible ontológico, que no es otro que aquel que los filósofos llaman naturaleza o esencia.

Cabe remarcar que los fenómenos naturales son espontáneos, precisamente, porque son intrínsecos, surgen del interior, de la esencia. Por el contrario, los objetos artificiales, al no poseer principios intrínsecos, necesitan ser movidos por otra fuerza, extrínseca.

Y la moral, más allá del uso coloquial y deformado de la palabra, es la ciencia que estudia el comportamiento que le cabe al hombre de modo de adaptarse al orden natural y desarrollarse. O sea, la moral es el estudio del ordenamiento natural del ser humano.

Copiando a Aristóteles, el Aquinate escribió que: «La violencia se opone directamente a lo voluntario como también a lo natural, por cuanto es común a lo voluntario y a lo natural el que uno y otro vengan de un principio intrínseco, y lo violento emana de principio extrínseco». Así, Etienne Gilson asegura que para Tomás de Aquino «lo natural y lo violento se excluyen recíprocamente».

La violencia, en definitiva, destruye porque coarta el desarrollo espontáneo -y armónico- de la naturaleza y, por tanto, es inmoral. Es una reacción primaria disparada básicamente por el miedo, la inseguridad, aunque se disfrace de “machismo”. Pero, al contrario de los animales, el hombre tiene la capacidad de discernir, advertir que la violencia destruye y, en consecuencia, controlar esta reacción primaria y proceder con sabiduría.

Ahora, la teoría del mercado más difundida fue desarrollada a partir de la escuela escocesa liderada por Adam Smith, quién «En varios sentidos… desvió la economía de su recto camino, el representado por la tradición continental iniciada en los escolásticos medievales… “, asegura Murray Rothbard.

Esta tradición continental fue desarrollada por destacados tomistas, en su mayoría jesuitas y algunos dominicos, profesores de Moral y Teología en la Universidad de Salamanca. El premio Nobel Frederick Hayek asegura que ‘los principios básicos de la teoría del mercado…fueron establecidos por los escolásticos españoles del siglo XVI» como Bernardino de Siena, y Antonino de Florencia que escribe en 1449 la tomista Summa Moralis Theologiae, el primer tratado de la nueva ciencia de la Teología Moral.

En cualquier caso, la “economía” no era una ciencia -en todo caso una profesión- sino un derivado de la moral: el estudio del comportamiento del hombre en el mercado (la faz económica de la gente, el pueblo). Así, como la violencia es inmoral y destructiva, desde que desvía al hombre del desarrollo natural y espontáneo del cosmos, es contraria al desarrollo económico. Es decir, toda intervención del Estado –“policial”- sobre el mercado -el pueblo- forzando regulaciones, impuestos y leyes, destruye la economía.

O sea, que el problema argentino va más allá de la economía, es moral: sucede que existe un alto nivel generalizado de violencia en todos los órdenes y sectores del país, también en economía.

 

*Senior Advisor, The Cedar Portfolio

@alextagliavini

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