Por Alejandro A. Tagliavini*

 

El miedo a ser separada de su único hijo hizo que Olivia Medina, madre de 81 años, tuviera el coraje de participar en una protesta por las reiteradas amenazas de Trump contra los “ilegales”. “Vivo preocupada de que mi hijo no regrese del trabajo. Es indocumentado”, contó. Sin dudas es una enorme inmoralidad provocar que una madre viva con esta angustia.

Pero no es solo Trump, todos los políticos utilizan el miedo para “gobernar”, aún más los tiranos. Viniendo de Polonia, entonces un país comunista que se regía por el terror que las “autoridades” imponían sobre la población, Juan Pablo II sabía que había que vencer al temor y, entonces, sus primeras palabras como pontífice fueron “No tengáis miedo» y, con esta premisa, ayudó enormemente a voltear la Cortina de Hierro, en paz, sin guerras.

La violencia se produce, precisamente, cuando no tenemos el coraje de superar el temor súbito y reaccionamos de manera primaria. Y, como el Estado es el monopolio de la violencia, los estatistas –particularmente los comunistas y los populistas– necesitan que esta violencia sea aceptada, y para ello eligen el camino adecuado: atemorizar a la masa.

Dice el sicólogo Manuel Yebra Fernández que el miedo ha atenazado a los individuos y a las sociedades y desencadenado guerras y matanzas. No son las leyes las que hacen un país mejor, sino los individuos capaces de actuar en libertad y sin temor: eduquemos a nuestros hijos sin miedo.

“El efecto Lucifer: el porqué de la maldad” es el libro donde Philip Zimbardo describe su experimento, de la prisión de Stanford, uno de los más relevantes de la historia de la psicología. Zimbardo, quería investigar al ser un humano en un contexto de ausencia de libertad. Y simuló una prisión y reclutó a estudiantes dispuestos a desarrollar los roles de presos y carceleros.

Al principio, los “presos” y “carceleros” lo tomaron como un juego, al segundo día ocurrieron humillaciones reales y violentas y, finalmente, al sexto día el experimento de la prisión de Stanford se canceló debido a la violencia generada. Mostrando que la maldad no es un factor disposicional, no existen personas malas y otras buenas con independencia del rol o las circunstancias. Así, cuando la situación nos empuje a realizar un acto violento o malvado, si no somos conscientes -si no tenemos el coraje para superar el miedo que nos induce la situación-, no podremos evitarlo.

Es un mensaje optimista: cualquier persona puede hacer un acto malvado, pero también cualquiera puede hacer un acto heroico. Por eso dice Gonzalo Peltzer que las cárceles no sirven, allí están los “perejiles”, los verdaderos delincuentes están sueltos y algunos tienen cargos públicos. “Nunca me expliqué” dice Peltzer “por qué el ser humano es capaz de quitar la libertad a sus semejantes”. Envalentonado, e idealista, concluye que algún día las cárceles serán lo que ahora las mazmorras de tortura medievales… cuando la humanidad descubra que hay que querer y perdonar a los reos y tratar de averiguar qué pasa, para remediarlo.

Finalmente, digamos que las “medidas de preventivas de seguridad” -como las cárceles-, que imponen los gobiernos son ineficaces. Solo por nombrar dos casos que conozco, un amigo mío llegó hasta el interior de un avión en Fort Worth, entrando por la salida, sin que nadie lo percibiera. Otro subió a un vuelo con una navaja. Si esto hacen pasajeros comunes qué no podrían hacer delincuentes entrenados.

 

 

*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California

 

@alextagliavini

 

www.alejandrotagliavini.com

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