Por Alejandro A. Tagliavini*
Según los datos oficiales difundidos con bombos y platillos, la economía creció 2.9% en 2017 siendo el crecimiento interanual del cuarto trimestre del 3.9%. En Hacienda dicen, además, que el déficit fiscal, aunque es muy elevado, está bajando y que descendió la presión tributaria en 2 puntos del PIB, lo que no se condice con el hecho de que la recaudación -corregida por el aumento del IPC- aumenta por encima del crecimiento del PIB.
Entre los índices “alentadores” que mostraría el gobierno, falta el índice de pobreza, que difundirá estos días el Indec, correspondiente al segundo semestre de 2017, que el macrismo festejará si baja de 28.6%, lejos de la “pobreza cero” prometida durante la campaña.
Más optimista aun parece el Índice General de Actividad (IGA) de OJ Ferreres, que asegura que, en febrero de 2018, la actividad económica se expandió 5.9% en relación al mismo mes del año previo. Más allá de la módica baja de 0.5% mensual versus enero, en el primer bimestre de 2018 la economía habría crecido 5.1% interanualmente.
Ahora, suponiendo que esta cifra sea correcta y que la baja respecto de enero sea circunstancial, el mayor impulso del crecimiento parte de la construcción y la producción automotriz. A ver, la producción automotriz viene de niveles bajos y de hecho puede considerarse como solo una parcial recuperación de capacidad ociosa.
En cuanto a la construcción existe un crecimiento artificial de obra pública y créditos hipotecarios apalancados desde el Estado. Pero los créditos artificiales -no surgidos plenamente del juego autónomo del mercado- están logrando un aumento en el precio de las propiedades que no se condice con el retorno de la inversión y, además, ahora empieza a notarse -y a cundir el pánico- de que estos créditos terminarán siendo negativos.
Dada la inflación descontrolada que produce el gobierno, desde abril los deudores hipotecarios que accedieron en marzo de 2016 a un crédito UVA pagarían una cuota similar a la de quienes tomaron -en la misma fecha- un crédito tradicional, con el agravante de que los que tomaron uno tradicional redujeron levemente su deuda, en tanto que, los expuestos a la indexación, la incrementaron en 50% debido a que el capital prestado también se ajusta progresivamente por el índice UVA, según un estudio de Cristhian Buteler.
Por otro lado, si observamos los pocos sectores que habrían tenido una caída según el Indec, nos encontramos con la sorpresa de que los peores han sido los “aliados” del gobierno: cayó la actividad del sector financiero y, algo menos, el segmento agrícola por la sequía.
Este crecimiento artificial y, por ende, insostenible en el tiempo -a menos que se encare una política pro mercado con una baja sustancial en la presión fiscal- se basa en algo simple: crecer de prestado. Hasta septiembre de 2017, la deuda pública -interna y externa, en pesos y moneda extranjera- creció en US$ 30.262 M, de US$ 275.446 M a U$S 305.708 M, según Finanzas. Así las cosas, ya 1.1 de cada $ 10 que el Gobierno cobra de impuestos se destina al pago de intereses y la cosa crece.
Durante 2016 y hasta septiembre de 2017, la deuda pública aumentó en US$ 65.043 M, 27% en dólares. Así, en dos años va camino de igualar los US$ 86.395 M que se pidieron prestados durante los últimos 10 años de la gestión kirchnerista. En proporción al PIB, la deuda pública total pasó del 38.9% en 2011 hasta el 52.6% en 2015, al 53.3% en 2016 y en septiembre de 2017 al 53.4%. Si sumamos lo que se adeuda del cupón PIB, la deuda pública total llega a U$S 319.422 M -55.8% del PIB- y no incluye ni la deuda de las provincias y ni la del BCRA en LEBAC en pesos y divisas.
En tanto que los intereses a fines de 2015 equivalían al 2% del PIB, en 2016 al 2.3% y a septiembre de 2017 al 2.6%. Y crecen los pagos por intereses como porcentaje de los recursos tributarios: del 7.9% a fines de 2015, subieron al 8.9% en 2016 y al 10.4% en septiembre de 2017.
Para colmo, no ayuda la confusa situación externa como la guerra comercial entre China y EE.UU. Aunque el rendimiento de los bonos del Tesoro a diez años -que fija el costo de la deuda para el resto de los países- bajó a 2.82% anual, siendo que había subido en febrero, y los analistas apostaban a que llegaría a 3% anual. Así es como los inversores venían saliendo de las acciones y posicionándose en activos como el oro, el yen y los bonos del Tesoro.
Finalmente, el “escándalo Facebook” presiona hacia la baja a todo el mundo. Aunque, en mi opinión, estas bajas esconden otra realidad más contundente y es que esta aplicación está siendo cada vez menos utilizada. Riesgo, me parece, que lo corren todas las empresas, pero sufrirán más aquellas más “burbujeadas”: por ejemplo, hoy Facebook y Netflix cotizan a una valuación equivalente a 11 años de ventas; Amazon a 4 años y Google a 7 años cuando el índice S&P500 cotiza a una valuación de 2.2 años de ventas.
*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
@alextagliavini
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