Por Alejandro A. Tagliavini*

 

No hay dudas de que Argentina ha venido madurando en todo sentido -aunque menos de lo ideal- pero, al mismo tiempo, resulta paradójico el triunfalismo del gobierno y la opinión pública que acompaña. Lo del gobierno es un clásico de los políticos: se ensalzan para ser votados. Y que la opinión pública acompañe, es esperable.

Entre muchos especialistas, Van Gordon Sauter, ex jefe de noticias de la CBS, aseguraba que era cierta la “hipótesis de fijar la agenda, de la TV” que sostiene que, sí la mayor parte de los reportajes insisten en lo mismo, entonces días después y fuera del contexto, los espectadores atribuyen importancia a lo que ven en proporción al tiempo que lo ven. Y, en países con alto grado de intervención estatal, los políticos oficialistas son los que más se ven en TV y, entonces, la gente repite sus discursos como si fueran realidades incontrastables.

Pero luego vienen los baldes de agua fría, como que los inversores externos no vienen y ni siquiera tienen realmente a la Argentina en su agenda. Ahora se acaba de conocer el “Misery Index” (Indice de Infelicidad), creado originalmente Arthur Okun, y compilado desde hace cuatro años por Bloomberg, que básicamente tiene en cuenta factores como la inflación y la desocupación, entre 66 países.

En su última edición, obviamente Venezuela resultó la economía más infeliz del mundo, con un puntaje que más que triplica al que obtuvo en 2017. Sigue Sudáfrica y tercero, sí tercero, sí el tercer país más “miserable” es Argentina a pesar de haber mejorado su puntaje. Y luego sigue Egipto. Del otro lado, en cambio, Tailandia volvió a consagrarse como la economía «menos infeliz», seguido de Singapur.

Es que, si de desempleo e inflación se trata, los argentinos, más allá de repetir el discurso de la TV, no se sienten alentados. Además de la desocupación, uno de los problemas más angustiantes de los argentinos, por causa del impulso inflacionario que este año promete hasta superar el del 2017 y al de la era K, según una encuesta de Kantar Worldpanel, al menos el 30% de la población -un porcentaje alto- dijo que verá afectada o eliminada su capacidad de ahorrar, y sólo el 18% dijo que no sufrirán impacto sus hábitos como consumidores.

De hecho, según la media de los especialistas, el consumo masivo crecería apenas 1% en 2018 al mismo ritmo o menos que la población con lo que el consumo per cápita podría caer, tras las caídas de 2016 (7%) y 2017 (1%). Es de estacar que, un rasgo que destacan los expertos es que Argentina tiene una economía con muy poco ahorro y niveles de consumo altos respecto al PIB: un clásico argentino, consumir más de lo que se gana.

Entre los analistas hay consenso en que se generó un salto en el consumo de bienes durables como autos de alta gama, inmuebles -que repuntaron con los créditos hipotecarios- y un aumento del turismo al exterior al punto que Argentina es el tercer país que más entradas compró para el Mundial de Rusia.

Ahora, lo que aumentó es la importación de autos, y no la producción, gracias al dólar artificialmente barato -debido a la neo keynesiana política “anti inflacionaria” de tasas altas- que también impulsó el exagerado turismo. Aun así, crecen más las importaciones desde Brasil que las exportaciones. Entretanto, la industria local tiene que sufrir un exageradísimo “costo argentino” básicamente originado en el Estado.

Según el economista jefe de la UIA, la industria y la economía, en general, tuvieron los mejores números entre 2002 y mediados de 2011. El crecimiento industrial de 2017, de entre el 1,6 y 1,8%, no compensa la caída de entre 4,6 y 4,8% de 2016. Y si en 2017 hubo una mayor producción parcial se debe en gran parte al “empuje” del Estado.

Es decir, lo que crece es todo aquello apalancado desde el gobierno. Por caso, el boom de los préstamos UVA (atados a la inflación) hizo que los hipotecarios crecieran 148% al ajustar por inflación durante 2017, cuando se sumaron unos 58.500 nuevos deudores. Gobierno que, a su vez, se endeuda extraordinariamente. O sea, que no crece realmente el mercado, desde que no lo hace intrínsecamente, sino que algunos sectores sienten el “impulso” circunstancial del Estado hasta que se le acabe la capacidad de endeudarse… y luego veremos quién paga las cuentas.

 

 

*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California

 

@alextagliavini

Anuncio publicitario