Por Alejandro A. Tagliavini*
A pesar de los anuncios del gobierno, Argentina no esta creciendo, genuinamente. Hay dos condiciones necesarias y suficientes para un avance real en la economía. En primer lugar, como cuando una pileta empieza a llenarse por lo más bajo, un crecimiento genuino, necesariamente, empieza por abajo, por los sectores más débiles porque son los que están dispuestos y expuestos a un mayor esfuerzo y necesidad. Y aquí, la pobreza no cae sustancialmente -si acaso cae- y los jubilados van camino de empeorar.
La segunda condición es que el crecimiento debe ser estable y general, más allá de los naturales reacomodamientos del mercado. Pero el “crecimiento” oficial es desequilibrado e inestable. Así, estas dos cuestiones bastarían para asegurar que no existe un crecimiento real sino, en todo caso, un aumento en la entrada de dinero en algunos sectores.
Recordemos -como señalan Martín Krause, Nicolás Cachanosky y Adrián Ravier- que el PIB considera la etapa final de consumo, relegando la inversión y la producción. Cuando el crecimiento genuino de una economía tiene que ver con la productividad, eficiencia y desarrollo tecnológico a partir de importantes flujos de inversión surgidos del mercado (privado).
Pero hagamos un análisis más “matemático”. El peso se revalúa a 17,6 por dólar -cuando los analistas dicen que debería rozar los 28- facilitando la cosmética al inflar el crecimiento del PIB medido en dólares y, así, mejoran los indicadores de solvencia, y el déficit fiscal primario terminaría el año por debajo, al igual que la deuda sobre PIB. Mientras el oficialismo asegura un crecimiento económico superior al 3% del PIB, el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) mensual del BCRA muestra que la mediana de las expectativas está en el 2,9% anual y están cada vez más pesimistas.
Las inversiones siguen muy escasas, el déficit comercial superará los US$ 7000 M y la deuda se acercará a los US$ 320.000 M a fin de año. Las Lebacs con tasas de 29%, tampoco son sustentables, y ya superan los $ 1,2 billones, equivalentes al 120% de la base monetaria. Lo peor del caso, es que el 85% del nuevo endeudamiento del sector público, en lo que va de año, financió la compra de billetes para atesoramiento y turismo.
Obviamente, la política económica se inscribe en el neo keynesianismo que dice que el Estado debe “estimular” al mercado para que crezca. Pero resulta que la fuerza de estimulación sale del mismo mercado. Entonces, el gobierno retira recursos del sector privado, los pasa por una burocracia que se queda con buena parte y vuelve al mercado solo lo que queda y lo invierte de manera ineficiente.
En este plan keynesiano, entonces, lo que básicamente ha hecho el gobierno es inyectar dinero con una emisión desaforada -que llevó la inflación al 40,9% en 2016 y se acerca a 23% este año- y a través del crédito. Según Bloomberg, entre el 1 de enero de 2016 y el 18 de septiembre de 2017 los emisores emergentes colocaron deuda por unos US$ 596.400 M, siendo que Argentina ocupa el primer lugar con US$ 42.000 M, 7% del total. Sigue China, que no llega a US$ 40.000 M. Insólitamente, el puesto 22 del ranking es ocupado por la provincia de Buenos Aires con US$ 8.660 M (1,5% del total).
Ahora, el PIB argentino que en 2015 era de unos US$ 580.000 M, se habría contraído -2,2% quedando en 2016 en casi US$ 565.000 M. Y, según el gobierno, crecería alrededor de 3% este año finalizando en casi US$ 600.000 M. Con estas cifras, resulta que en un período (2016-2017) en el que se inyectó -con el fin de inflar a la economía de manera artificial- dinero externo por una cantidad que supera al equivalente a un 5% de su PIB, este crece solo 0,8%.
El principal motor del “crecimiento” artificialmente inducido por el gobierno parece ser la construcción, la pública -que es doblemente ineficiente, por ser decidida y ejecutada por el Estado- y la privada que está siendo inducida por créditos apalancados desde el gobierno. El resultado de estos créditos hipotecarios no puede ser más claro. Han provocado un aumento en el precio de los inmuebles que no puede sostenerse en el tiempo porque no responde a las reglas del mercado: la inversión no tiene un retorno competitivo.
Hoy, la ganancia bruta de un alquiler no llega al 5% y si, descontamos impuestos y demás gastos, queda en 2,5% anual del valor la propiedad. Cualquier otra inversión resulta más rentable.
*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
@alextagliavini
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