Por Alejandro A. Tagliavini*
Como era de esperarse, de acuerdo a lo que ha venido haciendo y los trascendidos, en su discurso de ayer el presidente ha confirmado su camino contrario al libre mercado y su fe en un Estado fuerte, al estilo del sistema que terminó de consolidar Perón y que nadie tiene vocación de terminar. No extraña después de todo, ya que Mauricio es hijo de un inmigrante italiano, que vivió la época de Mussolini que a tantos italianos entusiasmó, y que vio florecer su fortuna en base a la obra pública, al Estado.
Más allá de unas pocas referencias al sobre dimensionamiento de algunas reparticiones públicas, y ninguna al mercado, el discurso de Macri -las “reformas” cosméticas- apuntan a un Estado importante que cobije a las corporaciones, como los sindicatos fuertes que propone: habría demasiados, unos tres mil, de los cuales solo seiscientos se presentaban a las paritarias y que, por el contrario, según el presidente eran necesarios sindicatos capaces de defender con fuerza a los trabajadores.
Al contrario de lo que hicieron Ronald Reagan en EE.UU. y Margaret Thatcher en el Reino Unido, que combatieron la ineficiencia del sistema económico desregulando completamente la actividad sindical de modo de desarmar al sindicalismo militante que frenaba al país, Macri reafirma el sistema sindical de origen fascista, cosa que no es novedad en la Argentina moderna que siempre tuvo es inclinación por el poder verticalista y militarizado, con una corrupción sistémica.
Ya antes del caso “Pata” Medina, según la consultora Taquion, siete de cada 10 personas desconfiaban de los gremios, solo 8% los consideraba «bastante o muy» confiables. Gran oportunidad para terminar con el sistema vigente, desregulando y dejando en libertad a los trabajadores para crear -y aportar o no- el sindicato que prefieran. Así, estas organizaciones se transformarían en eficientes mutuales, en competencia, para beneficio de los trabajadores.
No habló de privatizar, ni de desregular, ni de achicar el Estado seriamente, pero abogó por un “equilibrio fiscal” cuyo eje, obviamente, es una fuerte presión impositiva. «El primer eje es la responsabilidad fiscal, inflación e impuestos: no podemos gastar más de lo que recaudamos», dijo. Y agregó: «El segundo eje es favorecer el empleo” lo que es incoherente con las leyes laborales actuales que los sindicatos fuertes no permitirán que se cambie.
Precisamente «Es inadmisible que… haya tantas personas en la pobreza». Ahora, el principal creador de pobreza es el Estado mismo que, por vía impositiva, inflacionaria y financiera, quita al mercado -las personas- recursos que terminan siendo pagados por los pobres porque, los empresarios por caso los solventan aumentando precios o bajando salarios. Luego ese dinero quitado a las personas es malgastado por el Estado en burocracia, y poco vuelve al mercado y asignado ineficientemente.
En fin, sería demasiado largo discutir cada punto en particular, pero debe quedar claro que fue un discurso en el sentido contrario a la libertad, una vuelta de tuerca que pretende –“ordenar al país”- apretar más a los ciudadanos. Es más de lo mismo, color amarillo.
*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
@alextagliavini
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